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jueves, 15 de junio de 2017

ORACION MILAGROSA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS – NOVENA

El Señor de los Milagros forma parte de la cultura peruana y se remonta al siglo XVI. Espero que os agrade y sea de utilidad.

La leyenda sobre este Señor es preciosa. En ella se indica que un esclavo de Angola, sin ningún conocimiento de pintura o bellas artes, elaboró en 1651 un maravilloso lienzo de un Cristo crucificado. Lo pinto impulsivamente en la pared de su casa, en el barrio de Pachacamilla, Lima.

Solo unos años más tarde, un fuerte terremoto sacudió la ciudad de Lima y numerosas construcciones se derruyeron. En el barrio de Pachacamilla también hubo muchos destrozos, y en la casa del esclavo angoleño solo quedó en pie una pared en la que había pintado el Cristo. Desde entonces se considera un milagro lo ocurrido, y también desde entonces se venera a este Cristo.

Esta novena se utiliza básicamente para una petición urgente. Como todas las novenas, es preciso rezarla a diario y durante nueve días consecutivos.

NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

Día 1
Amorosísimo Señor de los Milagros, que por puro amor al hombre y para librarle del pecado y de la muerte eterna merecida por él, habéis querido ser sentenciado a muerte de cruz: dignaos escuchar mis ruegos. Mi vida, Señor, está llena de pecados y de imperfecciones y me atormentan mis miserias y enfermedades.

Vos sólo, mi Dios, Vos sólo, podéis lavar mis iniquidades, dejando caer sobre mi ser adolorido siquiera una gota de vuestra preciosa sangre. Vos sólo, mi Dios, Vos sólo, podéis atender a mis muchas y grandes necesidades y aliviarme de tantas penas y dolores como padezco en este valle del llanto y del dolor.

Vos sólo, Señor, Vos sólo, que nos habéis amado hasta entregaros a la muerte por nosotros y en quien nos han sido dadas todas las cosas por el Padre Celestial. Vos sólo, Señor, Vos sólo, podéis remediar la necesidad que vengo a depositar a vuestros pies divinos.

Amadísimo Señor de los Milagros, dirigidme una mirada de compasión y escuchad benigno mi oración. AMÉN

Día 2
Amadísimo Cristo Crucificado! Me estremezco de dolor al pensar que soy yo la causa de vuestros indecibles tormentos. Señor, perdonadme mis pecados, causa de tan horrendos martirios.

Permitidme, Señor, que yo también me abrace con mi cruz y que siga con Vos por la calle de la amargura y os acompañe en vuestras dolorosas caídas y en la amargura infinita que padecisteis.

Permitidme que os consuele como la santa mujer Verónica y las piadosas mujeres de Jerusalén y que, como Vos, ofrezca el sacrificio de mi vida al Padre celestial al llegar a la cima de la Santa Montaña.

Víctima adorable, dejadme sentir el dolor de las punzadoras espinas de vuestra corona, y el tormento del lecho rugoso de vuestra cruz.
Dejadme sentir el dolor de vuestros huesos que crujen dislocados y de vuestros nervios en horrible tensión. Dejadme sentir la humillación, sin semejanza, de dar con vuestro rostro en el suelo, al remachar los clavos, y ser pisoteado por los verdugos como un vil gusano, oprobio de los hombres y desecho de la plebe.

Quiero, Señor, padecer con Vos en la cruz de mi deber hasta morir.
Dadme las gracias que para ello necesito y concededme el favor que vengo a pedir rendido a vuestras plantas benditas. AMÉN

Día 3
Amadísimo Cordero. Perdonadme también a mí por piedad. Yo bien sé lo que hago al ofenderos con mis culpas, pues con ellas renuevo los tormentos de vuestra pasión y os crucifico de nuevo.

Perdonadme mis pecados y permitid que os presente algún consuelo en vuestras dolorosas agonías y repare de algún modo las burlas sangrientas de vuestros enemigos.

Dejad que yo reciba entre mis manos vuestra cabeza dolorida para que no se hinquen más en ella las espinas; para ello os presento las buenas obras que ayudado de vuestra gracia os prometo realizar.

Dejad que se pose sobre mis hombros el dulce peso de vuestro cuerpo para que no se ensanchen más las heridas de vuestros pies y de vuestras manos y me embriague con la sangre preciosa que de ellas brotan.

Dejad, en fin, que os dé todo mi amor y todos mis afectos y os rinda mis bendiciones y alabanzas para reparar así las burlas y blasfemias de los letrados y sacerdotes de la plebe sanguinaria que se complace en vuestros horribles sufrimientos. También a mí, como a ellos, dadme vuestro perdón misericordioso y concededme la gracia que os pido en esta novena. AMÉN

Día 4
Salvador del mundo, en vuestras manos están puestas las llaves de David para abrir con ellas la eterna mansión. Abridme, por piedad, a mí también, como al feliz ladrón, las puertas del cielo que cerraron mis pecados, y cerradme las del infierno que, por ellos, he merecido. Yo también, siento en mi alma, como el compasivo buen ladrón, las injurias y blasfemias que, contra Vos, dirige el mundo corrompido, sobre todo en esta época de incredulidad y apostasía, siguiendo el ejemplo del ladrón empedernido.

Los blasfemos de hoy se ríen a carcajadas frente a vuestra imagen ensangrentada, se burlan de vuestra doctrina y pisotean vuestras verdades y vuestros preceptos.
Morís en esa cruz por ofrecer la salvación a todos los hombres, así no todos los hombres acepten el regalo de tu redención y rechacen, hasta la muerte, las bendiciones del Cielo. Aún hoy los blasfemos, que siguen despreciando vuestra sangre y vuestra muerte, hacen irrisión de vuestra infinita paciencia y os maldicen.

El mal ladrón prosigue blasfemando a pesar del llamamiento amoroso de la gracia del divino Sacerdote que muere a su lado; a pesar de las admoniciones caritativas de su compañero de suplicio, muere renegando.
No permitáis, Señor de los Milagros, no permitáis tamaña desgracia para éste, vuestro siervo, que implora vuestra piedad.

Sienta mi interior, la dulce mirada de María Dolorosa, el profundo pesar de haberos ofendido y logre escuchar a la hora de la muerte las dulcísimas palabras que dijisteis al buen ladrón: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc. 23,43). Concededme, además, Oh Señor de los Milagros, la gracia que vengo a implorar a vuestros pies benditos. AMÉN.

Día 5
Reina de los dolores y Madre mía dulcísima. ¿Quién pudiera en esta hora de infinito dolor para Vos, compartir vuestra pena y amaros hasta morir? Vuestro consuelo era el Hijo del amor que aunque pendiente del madero, era vuestro tesoro, era vuestra alegría, era vuestro corazón.

Y vos erais para él, en el abandono doloroso de los suyos, el bálsamo consolador que suaviza la herida de su alma divina en la agonía suprema de la desolación.

Vos, Madre mía, fuerte como la columna de granito ante los vendavales del desierto, estáis al pie, junto a la cruz, llorosa y afligida, ofreciendo al Padre el infinito dolor de ver crucificado al más santo de los hijos de los hombres; pero no aguantabais, madre querida, que vuestro único tesoro en el mundo, en un exceso de amor a los mortales, se resignara a desprenderse de su Madre por dárnosla a nosotros. Madre mía, querida, yo no puedo escuchar estas palabras de vuestro Hijo y contemplar vuestra amargura infinita sin sentir en mi pecho el incendio del amor más puro hacia Vos.

Dejadme, pues, madre querida, dejadme que me acerque a Vos, me postre a vuestras plantas virginales, me abrace a vuestros pies benditos y deposite en ellos, en beso de amor, todos mis afectos filiales hacia Vos y toda mi gratitud porque me aceptasteis por hijo al pie de la cruz. Vos sois mi Madre. Jesús os dio a mí en herencia al morir.

Muestra que lo sois en efecto, y reciba de Vos mis preces el que nació de Vos y murió por mí. Señor de los Milagros, por la espada de dolor que atravesó al pie de la cruz el corazón bendito de vuestra Madre dolorosa, dignaos escuchar mis súplicas y concededme la gracia que por su intercesión os pido. AMÉN

Día 6
Abandonado Jesús. Cómo quisiera en esta hora de desolación para vuestro afligido corazón, poder haceros grata compañía. Pero, ¿qué podré, Dios mío, si mis pecados son precisamente la causa de vuestro universal abandono? Os abandonaron los apóstoles; las multitudes que os seguían, asombradas de vuestra sabiduría y de vuestros milagros, se han tornado en acusadores y enemigos; los ángeles que os hacían compañía en el pesebre, cantando vuestra gloria y los que en el desierto y en Getsemaní os consolaban, os han abandonado también, y habéis renunciado a los consuelos de vuestra Santísima Madre, la única mujer fuerte en la tempestad, por amor a los hombres. Hasta la luz del cielo encapotado huye de vuestra presencia, por no iluminar, tal vez, aquel cuadro sangriento de un Dios crucificado y moribundo.

También la luz de vuestros ojos, que se apaga por momentos, y la luz de vuestra vida que se extingue empieza a abandonaros.
Por este abandono mortal y por vuestra angustiosa soledad, os pido, Jesús mío, que no me abandonéis ni en el tiempo ni en la eternidad, y me concedáis la gracia que confiadamente solicito de vuestra bondad. AMÉN

Día 7
Jesús bueno, Jesús sediento. Quién me diera calmar esa sed que abrasa vuestras entrañas. Pero ni aún lo pudo vuestra Santa Madre, a quien no se le permitió siquiera el consuelo de humedecer con una flor empapada en agua vuestros labios, quemados por la sed. Hubo de ver, sí, la crueldad refinada del verdugo que humedeció una esponja en hiel y vinagre y la acercó a vuestros labios sedientos.

Mas si no puedo calmar vuestra sed material, permitidme, Señor, que yo ayude a calmar vuestra ardiente sed de la salvación de los hombres trabajando en la medida de mis fuerzas por su salvación, empezando por la mía propia. Quiero, pues, amado mío, cumplir con la mayor fidelidad vuestros divinos mandamientos y las obligaciones de mi estado; quiero vivir en vuestra santa gracia y preferir la muerte antes que cometer un solo pecado mortal; quiero trabajar en las obras sociales de caridad cristiana y en la gran necesidad de las misiones, para cooperar así a plantar vuestra cruz en los pueblos que aún no os conocen ni os siguen y, en esta forma, colaborar en la difusión del Evangelio en todo el mundo, para que seáis conocido y amado de todos los hombres y se calme así esa sed devoradora que os consume de salvar a todos los hombres. Dadme vuestra gracia para cumplir estos propósitos y concededme el favor que en esta novena os pido. AMÉN

Día 8
Gracias infinitas os sean rendidas, Maestro y salvador del mundo, por lo bien que habéis cumplido vuestros oficios y acabado la obra de nuestra redención. Vuestras palabras y vuestros ejemplos, vuestros martirios y vuestra cruz, vuestra sangre y vuestra muerte, son un libro abierto que nos enseña a vivir y morir en el deber. Bien podéis ya, Divino triunfador, exclamar desde la Cátedra de la Cruz: "Todo está cumplido" (Jn. 19,30). Sí, Dios mío, vencidos están el error, el pecado y el infierno; vencido y aplastado está el poderío de Satanás sobre los hombres; redimido el hombre; predicada la verdad; colmados los anhelos divinos.

Acabad en mí, oh Cristo Crucificado, acabad en mí vuestra obra! Consumid en mí el pecado. Aumentad en mí la vida de la gracia y dadme la santidad de mi vida y la gracia de agradaros hasta el fin, como Vos, divino modelo de predestinados, hicisteis hasta morir, siempre lo que agradaba a vuestro Padre.

Dulce Cristo Crucificado. Así como Vos encomendasteis vuestro espíritu en las manos del Señor, del mismo modo encomiendo el mío en las vuestras manos llagadas, pero amorosas, abiertas para abrazarme. En estas manos adorables quiero morirme y en la postrimería descansar en los siglos de los siglos. De vuestras dulces manos espero, en fin, ¡Oh Señor de los Milagros! la gracia que vengo a implorar de vuestra clemencia. AMÉN

Día 9
Madre del amor y del dolor. Madre mía, querida. Decidme cuál fue la pena de vuestro corazón al ver al soldado, que no respetando ya el cuerpo muerto de vuestro Hijo, se llega hasta él y le clava, sin compasión, la lanza, hasta abrirle su divino Corazón! También el vuestro, Madre querida, se rasgó con infinito dolor, con pena inmensa, con un torrente de lágrimas. No en vano fueron las palabras proféticas del anciano Simeón: "Y a ti misma, una espada te atravesará el corazón…" (Lc. 2,35).

Amado Señor de los Milagros. Recibid las incomparables penas de vuestra Santísima Madre en descuento de mis muchos y grandes pecados; y por el amor que le tenéis, guardadme durante mi vida y, sobre todo, en la hora de mi muerte, en esa santísima llaga que abrió la lanza de vuestro bendito Corazón. No se contentó vuestro amor con que fueran rasgadas vuestras espaldas con los azotes, taladradas vuestras sienes con las espinas, traspasados vuestros pies y vuestras manos con los clavos, amargada vuestra lengua con la hiel y lastimados vuestros oídos con las blasfemias, sino que permitisteis que fuera abierto vuestro costado y herido vuestro corazón para que yo encontrara refugio seguro.

Y Vos, Madre mía dulcísima. Nueva Eva. Madre de la Divina Gracia. Concededme la gracia de ser un verdadero hijo de vuestros dolores, llore mis pecados, causa de los tormentos de vuestro Hijo y de vuestra inmensa amargura, y os dé el consuelo de una vida santa y una muerte dichosa entre vuestros brazos maternales. Alcanzadme también el favor que vengo a pediros en esta novena para la gloria de mi dulce Señor de los Milagros y también vuestra María, dulce Madre mía. AMÉN.

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