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domingo, 5 de abril de 2015

EL NOMBRE PROPIO - SU IMPORTANCIA EN NUESTRA VIDA

Frecuentemente, las personas se cuestionan diversas interrogantes acerca de su nombre propio, pero en contadas ocasiones se han dedicado a indagar acerca de los orígenes, significados e historias particulares de su nombre; y mucho menos se han preguntado cuál es la significación que desde el punto de vista  personal va adquiriendo este proceso de manera individual.

Es innegable que cada individuo lleva un nombre que forma parte de su identidad personal y que a veces de manera inconsciente va incidiendo en la conformación de la misma. El nombre propio revela a través de su historia, elementos familiares, culturales y personales que van marcando al individuo a lo largo de la vida, lo cual se ha intentado explorar con una mirada científica desde la Psicología.

En este artículo quedan reflejados los resultados más significativos de un estudio psicológico acerca del proceso de nominación, realizado con el objetivo de determinar el significado familiar, relacional y simbólico de este  proceso en personas nacidas en tres décadas diferentes del siglo pasado.

INTRODUCCIÓN

Qué es lo primero que respondemos ante la pregunta: ¿Quién eres?.............

Sin duda verbalizamos nuestro nombre propio. ¿Por qué responder con el nombre a esta pregunta que no lo pide directamente y que pudiera sugerir disímiles respuestas?... Es que el nombre que se nos asigna cuando nacemos y que nos va acompañando a lo largo de la vida, constituye un rótulo que queda plagado subjetivamente en la identidad personal que vamos construyendo desde edades tempranas.

Nombrar no es un simple acto, sino todo un proceso. La apropiación del nombre de manera individual y la significación personal que tuvo para quién o quiénes decidieron ponerlo, pueden ser elementos familiares e históricos muy sugerentes y muy útiles para el psicólogo en la práctica clínica. Conocer las peculiaridades del proceso de nominación puede ayudarnos desde el punto de vista profesional a conocer motivos de determinadas conductas, dinámicas familiares, influencias socioculturales, así como a inferir elementos que funcionan desde lo inconsciente y que pueden ser la explicación a comportamientos sugeridos por el modelo que el nombre encierra, por lo que trabajar con sus significaciones, puede contribuir en gran medida al proceso terapéutico.

La elección del nombre, es un acontecimiento que se encuentra asociado al grupo familiar. Casi siempre la persona que lo pone o lo sugiere, forma parte de este grupo, puede ser la madre, el padre, ambos de manera consensuada o conflictuada, un hermano, la abuela, un tío y por qué no, la futura madrina o padrino del bebé e incluso algún buen amigo; en fin, personas que de alguna manera resultan familiares ya sea por lazos consanguíneos o afectivos. Lo interesante es que quien nomina, quiere transmitir algo con el nombre o los nombres, quizás una cualidad, un deseo, alguna expectativa. El nombre lleva en si mismo toda una historia cargada de sentidos y significados, que de alguna manera serán decodificados e interiorizados por su portador.

Los nombres, constituyen además una importante vía de acceso a la realidad subyacente de la familia, pues a través de su historia se pueden determinar significados familiares, relacionales y simbólicos del grupo familiar, que subyacen ocultos detrás de las razones de su surgimiento. Isidoro Berenstein, en su libro Familia e inconsciente, propone tres categorías para el análisis de la estructura familiar inconsciente, entre ellas la categoría denominada El sistema de los nombres propios que no es un elemento aislado para este autor; sino que indica relaciones entre términos y de ellos deviene su significación. Señala aspectos de los deseos y expectativas anticipatorios de los antepasados con respecto a sus descendientes; pone de manifiesto: ideales y creencias familiares. El nombre que una familia adjudica a un niño indica las significaciones ligadas a su nacimiento y al lugar para él reservado. Sugiere a la vez el predominio de las líneas paternas o maternas en oposición a la relación de alianza.

En algunos casos, el nombres contiene también disímiles significaciones sociales, por lo que además de los matices familiares, las coyunturas socio/ históricas y culturales de determinados contextos, han marcado estilos de nominación. Puede ser la religión, la lengua, la moda o transformaciones sociales que pautan particularidades de una época   que en el entretejido social y dialéctico en el que vivimos, atraviesan contextos grupales más específicos como la familia.

En una investigación realizada desde la perspectiva psicológica, tomando como muestra sujetos de tres generaciones de cubanos, hemos podido evaluar de manera general, algunas de las influencias que ejerce el nombre en la subjetividad individual, relacionada con la fuerte carga socio cultural y familiar que puede contener en su historia. A pesar de los resultados tan interesantes de esta investigación, aun queda mucho por investigar en este sentido, pues los propios resultados lo revelan por si mismos.

La población de estudio estuvo compuesta por 70 personas, 35 de sexo masculino y 35 de sexo femenino. Del total de esta población, 20 personas pertenecen a la generación de las décadas (1940 y 1950), 10 de cada sexo, y de igual manera están compuestos los grupos de estudio de las generaciones de (1960 y 1970) y la generación de las décadas (1980 y 1990). Las 10 personas restantes conforman el grupo de personas cuyo nombre comienza con “Y”, 5 de sexo masculino y 5 de sexo femenino.

Se escogió este grupo con el objetivo de conocer el origen de la presencia de esta letra encabezando el nombre, estilo que comenzó en los años 70 y que se extiende hasta principios de los 90 aproximadamente, denominada esta generación en Cuba como la generación de las “Y”. Estas fueron las únicas personas escogidas intencionalmente, el resto fue elegido de manera aleatoria, sólo tomando en cuenta el año de nacimiento para ubicar a la persona en alguna de las tres décadas.

Nos apoyamos en el paradigma cualitativo, ya que nuestro objetivo general estaba encaminado a determinar realidades subyacentes de la familia a partir del significado familiar, relacional y simbólico del proceso de nominación visto fundamentalmente desde la perspectiva del sujeto que lleva el nombre, lo cual nos remite a realizar interpretaciones individuales, basándonos en lo que cada persona expresa de manera explícita e implícita, a partir de propuestas de análisis establecidas a priori, y estableciendo categorías a posteriori como resultados de la investigación. Además, no contar con referencias de investigaciones realizadas anteriormente dentro de la Psicología sobre el tema de los nombres, no nos permitía contar con una metodología para su estudio y el paradigma cualitativo ofrece la posibilidad de ir construyendo la metodología a partir de la información obtenida, lo cual contribuyó a que las conclusiones se fueran enriqueciendo y elaborando en el transcurso de la investigación.

Se establecieron a priori tres dimensiones fundamentales para el análisis, una Socio-cultural en la que se tomaron en cuenta los discursos socioculturales por décadas ofrecidos por los sujetos de la población de estudio y que pautan estilos de nominación, otra dimensión Familiar tomando como referencia la organización y dinámica de la familia y la construcción de significados desde ella; y una dimensión Individual que no es más que el sentido personal que adquiere el nombre para quien lo lleva.
Las técnicas  utilizadas para esta investigación fueron una entrevista semiestructurada, un Genograma familiar que tomara en cuenta tres generaciones o más y en el que por supuesto quedaran reflejados los nombres de las personas que lo conformaban, una composición, bajo el título: “La historia de mi nombre”, y la representación del nombre a través de un símbolo. Con el empleo de estas técnicas para realizar la investigación, abordamos a resultados muy interesantes.

Elementos socioculturales que se revelan a través del proceso de nominación

Existen diferencias en cuanto a las manifestaciones del proceso de nominación en diferentes épocas. Con relación a la fuente de inspiración tenemos que en los años 40-50 era fundamentalmente de origen familiar y religioso, expresándose de esta manera la importancia que las personas le concedía a la familia y a la religión como elementos “sagrados”, de acuerdo con las connotaciones socio culturales de este período histórico en el que la iglesia católica ejercía una gran influencia social a través de posiciones muy tradicionales. Por lo general el nombre que se ponía era el de algún familiar antecesor o se extraía del santoral de acuerdo con el día del nacimiento. En los años 50 se usaron mucho los nombres americanos con “th” como Bertha y Martha, así como los nombres con la terminación “am” como Miriam, William, Lilliam, Mariam, (estos últimos presentes en la población de estudio) procedentes de la cultura americana presente en nuestro país en aquellos años.

Estos períodos de estudio expresan momentos de cambios sociales manifestados en el contexto familiar y expresados a través en los nombres propios. Pero debemos tener en cuenta además, que cada familia tiene una dinámica única, enriquecida por las transmisiones intergeneracionales que dentro de ella se manifiestan; y por estructuras milenarias no se modifican de un día para otro. Es por eso que en los años 60, en pleno proceso revolucionario a nivel nacional, se seguían manteniendo los nombres religiosos y de santos a pesar de las transformaciones socioculturales que trajo consigo el triunfo de la revolución cubana, expresándose de esta manera creencias religiosas y culturales que se mantuvieron en las familias más conservadoras.

El orden de nacimiento y las construcciones de género son también elementos muy significativos con relación a este tema, de ahí la importancia del uso del genograma para la investigación. Casi todos los sujetos de sexo masculino que llevan el nombre de sus antepasados, son hijos únicos o primogénitos, manteniéndose de esta manera la tradición  heredada desde la cultura española que expresa la presencia de una sociedad patriarcal. Sucede parecido con relación al sexo femenino pero en menor cuantía, lo cual nos reafirma la presencia reforzada de estilos patriarcales.

En la década del 70 también se produjeron variaciones en cuanto a la fuente de inspiración en el proceso de nominación, como consecuencia de las influencias culturales, sociales e históricas, evidenciándose más en este período el afianzamiento del proceso revolucionario cubano. Se comienza a utilizar menos el santoral como fuente de inspiración, manteniéndose sólo en familias religiosas, pues después del triunfo de la revolución, se produjo una ruptura del nuevo sistema con la religión; fundamentalmente con la católica. Con esto se refirma una vez más como a través de los nombres podemos encontrar evidencias que expresan peculiaridades sociales de una época, que influyen en el contexto familiar y a nivel individual.

Se comenzaron a usar también los nombres rusos en esta década, lo cual podría considerarse una moda, pero fue también el resultado lógico de una relación creciente. Durante los primeros años de la revolución, en medio de un feroz embargo norteamericano y con miles de hombres entrenándose para atacar la isla, la Unión Soviética se convirtió en el gran héroe de los cubanos.

Este “agradecimiento” fue expresado también con los nombres que los padres ponían a sus hijos, de ahí que encontremos en esos años muchas Katiushka, Valentina, Mariushka, Vladimir, Alexander, Yuri entre otros. También durante esos años mantuvimos incontables intercambios culturales con este país amigo, los nombres son una muestra de simpatía e identificación.

También en este período histórico se estiló poner nombres de dirigentes revolucionarios con cierto carisma en el pueblo, encontrándonos con frecuencia personas que llevan algunos de los siguientes nombres: Ernesto, Alejandro, Fidel, Camilo, Celia, Tania, Tamara, Raúl. Esta peculiaridad es fácilmente explicable debido al auge del proceso revolucionario cubano en esos años. Estos nombres representaban a personalidades de la revolución cubana que en esa década eran muy conocidas, nombradas y además admiradas por el pueblo debido a sus cualidades personales, con lo que se estarían transmitiendo a través de los nombres, modelos de identificación muy concretos, inscritos en ese contexto histórico-social, expresando valores de tipo patriótico.

A finales de esta década se comienzan a manifestar de manera generalizada, inventos y mezclas de nombres, que pueden incluso llegar a catalogarse como “raros”, constituyendo esta peculiaridad una muestra de ruptura con lo tradicional dentro del contexto familiar, como consecuencia de las transformaciones sociales ocurridas.

En la década de los 80, se evidencia tanto para hembras como para varones, nombres que empiezan con la letra “Y”, aunque ya esta modalidad se venía manifestando desde finales de la década del 70. Este fue un fenómeno social muy difundido para las personas de esta generación, por lo que en muchas ocasiones hemos escuchado mencionar “la generación de las Y”.
El origen de este estilo parece ser la traducción de nombres ingleses y de otros idiomas, que no se escriben con “Y” exactamente, pero que al pronunciarse suenan así y los cubanos lo escriben exactamente como se pronuncia. Encontramos así el caso de Yeny que es el nombre de una muchacha de nuestra población de estudio, nacida en el año 1976, período este en el que en nuestro país se rechazaba aún todo lo que provenía del extranjero, no le fue permitido a sus padres inscribirla con el nombre en ese idioma “Jenny” que es el equivalente a Juana en español, por lo que tuvieron que modificarlo, para no renunciar a él.

Algunos ejemplos de nombres españolizados o cubanizados y que se pronuncian con “Y” son Yanet=Janet (francés), Yakelín=Jacqueline (Francés), Yosvani=Giovanni (Italiano), Yoel=Joel (Inglés), Yudit=Judith (Inglés), Yisel=Giselle (Francés), Yuliet=Juliette (Francés) entre otros.

Este estilo de nominación manifestado en esta época, podemos considerarlo como un emergente de cambios sociales que se expresa dentro de la familia, pues familia y sociedad mantienen una relación recíproca y dialéctica. La aparición de esta moda es una muestra de la ruptura  con lo tradicional, determinada en gran medida por el desarrollo cultural, gracias al cual las personas tuvieron mayores oportunidades de acceder a la cultura universal, a través de la televisión, la radio, la literatura, y también a la apertura política a establecer relaciones con los cubanos residentes en los EEUU que a partir de esos años pudieron venir legalmente a visitar a sus familiares trayendo consigo parte de aquella cultura.

Con relación a la elección de los nombres, la expresión de estos cambios no se manifiesta solamente en las fuentes de inspiración, sino también en la persona que lo elige o persona nominante. En las décadas de los 60-70 y 80-90 en algunos de los casos estudiados, los nombres fueron elegidos por hermanos, peculiaridad que se mantiene hasta nuestros días, poniéndose de manifiesto el nacimiento de la familia democrática en la que se le da participación a los niños en las decisiones familiares, lo cual está respaldado por el acceso a niveles escolares más altos en el caso de los padres.  En las décadas 40-50 no se daba esto con frecuencia, pues los niños no tomaban partido en las decisiones familiares, la palabra del adulto era sagrada y se cumplía con independencia de lo que estos pudieran pensar, información que nos revela realidades familiares que reflejan particularidades de una época determinada en que la familia funcionaba desde patrones tradicionales.

Historias familiares que subyacen al nombre

La historia del nombre puede revelar la presencia o no de un lugar reservado para el sujeto dentro de su familia, lo cual puede repercutir positiva o negativamente en la formación de su identidad personal. Teniendo en cuenta que el nacimiento de un individuo es un cambio normativo para la familia, considerado como parte de su ciclo vital, tenemos que el nombre tiene mucha relación con la manera en que este evento se produzca. Los fragmentos que a continuación se referirán fueron extraídas de las composiciones escritas por los sujetos bajo el título: “la historia de mi nombre” y corroboradas a través de la entrevista.

Este es uno de esos fragmentos en los que se expresan contenidos familiares subyacentes, fue escrito en la composición por una de las personas que conforman la muestra de estudio, su nombre es (MADIE) y según relata en la composición su madre ya lo tenía reservado mucho antes de su nacimiento, lo encontró en una novela y con él quiso transmitirle sentimientos como el amor y cualidades como la belleza y la inteligencia, de las cuales ella se apropió inconscientemente, quedando reflejadas en el dibujo sobre el nombre, a través de corazones, flores, el mar, las estrellas En este caso el nombre es un modelo de identificación para ella que incide de manera positiva en la percepción que sobre sí misma ha elaborado, e incorporado a su identidad personal.

Esta es la historia de otro de los sujeto de la población de estudio quien no tenía un espacio reservado para su nacimiento, después de haber nacido, aún no tenía nombre y este le fue sugerido a la madre por la enfermera (LEONEL). Tomando un fragmento de su composición, nos podemos percatar rápidamente que la no presencia del nombre hasta el momento de su nacimiento, se encuentra asociado a determinadas situaciones familiares que indican disfuncionalidad, así como la no planificación de su nacimiento al cual cataloga el sujeto como un hecho “accidental”: “La historia de mi nombre es el resultado, de un hecho accidental, ya que mis padres, no esperaban otro hijo; y realmente nunca se sentaron a buscar un nombre. Mi padre porque estaba separado de mamá, y además de mujeriego, despreocupado. Y mamá quizás con tantas preocupaciones, y con mi hermano a cuestas, al parecer no tenía la cabeza para buscar un nombre.” Viendo ahora como lo asume el sujeto, tenemos que no ha logrado encontrar un modelo identificatorio a través del nombre sino por el apellido, expresando inconformidad y escasa identificación con esta asignación asociada a una historia no muy agradable.

Muchas de estas informaciones fueron reveladas desde lo implícito, es por eso que los nombres propios nos han permitido acceder a realidades subyacentes de la familia, pues desde cada historia, emergen elementos relacionados con esta, que muchas veces las personas no saben explicar conscientemente, pero que sin lugar a dudas, constituyen muestras de la simbología familiar.

Existen familias en las que se les pone a los hijos nombres que empiezan todos con la misma letra, incluso letras que son también iniciales del nombre de los padres, ofreciendo la idea de marca, distinción o etiqueta identificatoria, que refuerza los mitos familiares, y que forma parte de la realidad familiar subyacente.

También en cada nombre pueden manifestarse mitos o legados familiares que son revelados en el relato y que le imprimen ciertas características como modelo de identificación y que pueden estar determinando no sólo el significado personal que de este elabore el sujeto, sino también una explicación a comportamientos y concepciones a través de las cuales se manifiesta.

Por ejemplo un sujeto, cuyo nombre es SANDY, nos dice en su composición: “Mi papá estaba en pre- escolar con un muchacho que se parecía mucho a él y se llamaba Sandalio pero le decían Sandy y los confundían. Un día el muchacho se fue para los EE.UU. y le siguieron diciendo Sandy a mi papá y así cuando nací mi papá me puso ese nombre.” Este mito de lealtad es asumido por el sujeto de alguna manera, ya que refiere en la entrevista que para él la lealtad y la amistad son sentimientos muy importantes. Con esto se ilustra lo que plantea la literatura acerca de los mitos y es que…”los mitos no son solamente construcciones que se refieren a los aspectos más simbólicos de las interacciones sociales, sino que describen marcos de referencia culturales para comportamientos muy concretos”

Otro ejemplo es el de MILAGRO, nombre asignado a partir de un suceso relacionado con su  nacimiento, fue salvada de la muerte y el médico que la asistió sugirió ese nombre, la familia la inscribió así a modo de agradecimiento, expresándose de esta manera un mito de lealtad. Desde la perspectiva de la entrevistada el nombre ha constituido un modelo de identificación para ella que queda expresado en su comportamiento, nos dice al respecto: “Si, creo que sí  me pega porque aunque no pueda hacer milagros si me considero una persona que hace bien nunca le he hecho mal a nadie y trato de ayudar a todo el mundo”. Estos son sólo algunos de los ejemplos que nos ponen de manifiesto cómo a través de la historia del nombre se pueden ofrecer implícitamente, informaciones construidas desde el contexto familiar que pueden influir en determinados comportamientos del sujeto.

Los mitos revelados a través de la historia del nombre desde este estudio, son portadores de mensajes de lealtad a generaciones precedentes, por ejemplo: “…mi madre le prometió que si algún día tenía una hija le iba a poner el nombre que a ella le gustaba y aunque nací después de haber fallecido mi abuela, ella mi madre, cumplió su promesa”, también encontramos mitos que reflejan unión,  cuando el nombre está compuesto por combinaciones de las letras que componen el nombre de ambos padres, pueden contener además mitos de armonía, de distinción, o de exclusividad cuando se intenta poner un nombre que no se parezca al de nadie. Pueden sugerir  mitos de valores, de fraternidad e incluso de pertenencia al grupo familiar, cuando se trata del mismo nombre de los antepasados.

Los legados son también transmisiones inconscientes que contienen significaciones familiares. Los tipos de legados encontrados han sido, de acuerdo con su contenido, legados de continuidad, de ruptura, de compensación, de realización y de perpetuidad de valores. Un sujeto cuyo nombre es Silvio René, nos cuenta que su padre le puso a todos sus hijos varones sus nombres y la razón por la cual lo hizo es la siguiente: “…para que se supiera que eran hijos de él y para que no hubiese la posibilidad de que alguna de las mujeres le pusiera el nombre de algún novio que hubiese tenido anteriormente”. Con este ejemplo podemos apreciar la intención de marcar con un sello particular que denota legitimidad, en este caso el nombre, que indicaría la presencia de un mito de pertenencia que a su vez refuerza la identidad familiar desde una estructura patrilineal. Se pone de manifiesto además, la transmisión de un legado de continuidad, que fue asumido de esta manera por los hijos, ya que estos tienen parecido con el padre tanto en aspectos físicos como espirituales, según refiere el sujeto entrevistado.

No en vano la literatura plantea que: La intención de mantener un nombre en las generaciones sucesivas no es sólo una cuestión cultural, sino también una  transmisión mítica de la pertenencia a la familia, ofreciendo una identidad particular de ese grupo, y legitimando este vínculo, pues el mito se convierte en una matriz de conocimiento y representa un elemento de unión y factor de cohesión para cuantos creen en su verdad". El nombre en sí mismo, no lleva explícita la transmisión de un contenido específico, el contenido queda explicitado e implícito en la historia y en el sentido personal que adquiere para quién lo lleva.

Lo asumido individualmente desde el contenido familiar y cultural del relato. Incorporación del nombre a la identidad personal.

Algunos consideran que las personas le imprimen significados a sus nombres, a partir de sus comportamientos, otros creen que es el nombre quien genera ciertas manifestaciones en el individuo. Pero lo que no se puede negar es que los nombres expresan un modelo de identificación que adquiere significados desde lo personal.

En ocasiones el significado lleva una connotación cultural, otras veces familiar, pueden estar ambas combinadas o simplemente adquirir significaciones desde lo personal sin que pueda separarse de quien lo lleva en ningún momento,  una de las sujetos de la población de estudio nos dice: “Creo que me pega porque me sugiere a mi misma, es la forma de identificarme yo, donde quiera que lo escucho sé  que es conmigo”(Yinet), otro de los sujetos nos dice: “…si pega conmigo, porque cuando lo escucho siento que es un nombre con el que debí nacer, es como si antes de nacer ya estuviera predeterminado, me identifica, yo he hecho que pegue conmigo, yo nací para llevar ese nombre” (Yunier).Estas significaciones han sido construidas desde lo personal, es decir el nombre para estas personas tiene un significado que ha cobrado un sentido particular desde la percepción que sobre sí mismo ha elaborado el sujeto.

Las personas que tienen nombres poco comunes, a través de los cuales se ha transmitido un modelo que denota distinción, se consideran únicas, exclusivas y diferentes a los demás, como si tuviesen un sello, una marca o una etiqueta distintiva especial. Así lo expresan muchas de las personas estudiadas: “ Si estoy conforme con él porque me da un sello de identidad, como hay tan pocos o ninguno diría yo, me da una especial identidad” (Idarys), “Si pega conmigo, me siento muy identificado con él porque es único y yo me siento único”(Daykel), “Si pega conmigo porque es mi nombre, además es un nombre diferente y así soy yo diferente, único, a veces raro” y “Soy luchador y por eso me considero único igual que el nombre, soy la primera persona con ese nombre y tengo el afán de luchar y mis propios conceptos de la amistad, del cariño, del afecto hacia los demás” (Ediel)

En ocasiones los nombres pueden expresar modelos de clases sociales y de valores transmitidos dentro de la familia, como el caso de este sujeto (Yansel) que nos dice: “… representaba al muchacho humilde que aspiraba al amor de una muchacha rica, que también lo amaba pero que no podía casarse con él porque su familia la tenía comprometida con Marcos otro muchacho rico”, esta sería la fuente de inspiración del nombre con la que se está ofreciendo un modelo de clase, ahora desde su percepción personal nos dice: “…mi nombre es como yo sociable, porque se le pega muy bien a la gente, sencillo, me considero tolerante, flexible, me gusta compartir con los demás, soy un admirador de la sinceridad y la sencillez y creo que el nombre Yansel encierra todo eso”, es decir que con el nombre se ha ofrecido un modelo de identificación que expresa cualidades y valores relacionados con cierta clase social con la que se ha identificado el sujeto, manifestándolo así en su comportamiento.

También pueden quedar expresados en el nombre modelos asociados a cualidades de género, por ejemplo la mayoría de las mujeres de esta población de estudio representaron su nombre con flores, mariposas, símbolos de la sexualidad femenina, asociándolos con la delicadeza, la belleza, la suavidad, lo femenino, y en caso de no ser percibidos así, son considerados modelos contraidentificatorios por percibirlos fuertes y por lo tanto poco identificatorios desde el punto de vista genérico. Por su parte muchos de los hombres se sienten identificados con sus nombres al considerarlos, viriles, fuertes, bien acentuados, masculinos, y por lo tanto sienten que al sonar así refuerzan su carácter masculino.

Algunos sujetos de esta población de estudio hacen referencia a nombres asociados con modelos de raza, tal es el ejemplo de Tomás quien expresa: “No me gusta, suena a nombre de negro africano”. También Odalys nos dice: “Odalys lo represento con dos maracas porque para mí es un nombre de negra porque casi todas las que conozco son negras y se caracterizan por ser bulleras, chusmas, escandalosas y las maracas creo que representan muy bien eso porque las negras también son rumberas casi siempre”. Esto nos indica que los nombres en ocasiones se asocian a determinados grupos raciales expresando la presencia de sus costumbres étnicas y culturales, así como peculiaridades familiares, constituyendo este un tema que puede ser investigado con mayor profundidad.

Uno de los sujetos que representa su nombre con un tren nos dice: “Yo firmo JAB con mis nombres y mi apellido, José Antonio Brito y lo pongo así unido, porque es un nombre muy largo y que está relacionado con la familia, lo veo como una concatenación de elementos familiares que me identifican, por eso lo represento con un tren que tiene sus vagones enganchados unos con otros”. En este caso el significado personal del nombre ha sido construido desde la importancia familiar que este tiene para el sujeto, expresándose así la aceptación de un legado de continuidad y la perpetuidad de la tradicionalidad de este grupo familiar que podemos reafirmar a través del genograma, donde se aprecia la repetición de muchos nombres en los miembros de esta familia, entre ellos el de este sujeto.

En otros casos tienen mayor peso los criterios sociales en la construcción del sentido personal del nombre. La mayoría de los sujetos expresa que al escuchar un nombre, por el sonido o por las referencias que se tienen de personas que lo llevan, pueden representarse mentalmente a una persona ficticia a la que atribuyen ciertas características de acuerdo a lo que el nombre sugiere, según construcciones elaboradas desde contextos socioculturales específicos. Tenemos el siguiente ejemplo: “Yo pienso que los nombres representan a la persona que lo lleva, por ejemplo cuando dicen Yakelin me imagino a esa persona por el nombre… a Amanda me la imagino tierna, dulce, cariñosa y a Daniela me la imagino una mujer decidida, audaz y me gustaría que mis hijas fueran así”, otra persona expresa: “…me gustaría más Aineriy que es mi nombre al revés. Es más bonito y me imagino a una persona zorra que aparenta ser tonta y no tiene nada de tonta…  a Yirenia me la imagino aburrida, que su papá cree que es muy inteligente y ella sabe que aunque se coma los libros no lo será, que aparenta ser lo que no es… a Yirita me la imagino como una niña tonta que si es tonta de verdad”.

También una sujeto cuyo nombre es Yanet, dice: “Me hubiese gustado llamarme Claudia o Laura, esos son nombres que suenan más bonitos, más dulces y creo que el nombre tiene que ver mucho con la persona, Claudia y Laura me representa a gente dulce, sencilla, amable, instruida”. Es decir que se percibe el nombre como un elemento distintivo, que denota ciertas cualidades y comportamientos en las personas, sugeridos a partir de un modelo imaginario construido desde percepciones sociales y en ocasiones la asunción del significado lo lleva implícito, este es otro ejemplo ilustrativo: “…Ania suena más suave y en mi trabajo me llaman así porque en ese contexto me caracterizo por eso, soy enfermera de un cunero y eso es un trabajo que requiere de suavidad. Y para la gente de mi familia soy Odalys porque soy fuerte, la que enfrenta todos los problemas, la que nunca mira hacia atrás…”

Las personas que tienen nombres inventados sienten que no se les ha transmitido un modelo de identificación con este, lo cual  se expresa en algunos casos a través de la inconformidad. Citando como ejemplo a Yuderkys una de las sujetos de la población de estudio, encontramos la siguiente opinión personal sobre su nombre: “No sé lo que significa y por eso no sé si me pega, pero no me gusta” otra muchacha cuyo nombre es Yuelkys dice: “No me pega porque no tiene relación con mi personalidad es una liga, un invento y yo soy una persona con un sólo tipo de personalidad, y pienso que los nombres si tienen relación con la personalidad”, también Yanet, considera lo siguiente: “Los yu, ya, ye se ve que son nombres salidos de la nada, inventos de esa época”.

Personas que han recibido el nombre de algún progenitor, han vivido buena parte de su vida imitándolo o luchando por ser lo opuesto, bien porque hayan recibido elogios o críticas por tal parecido. En el caso que citaremos a continuación ha ocurrido esto último, por lo que en este caso el nombre es percibido como un modelo contra-identificatorio para el sujeto, con relación a esto nos dice: “Mi forma de ser se parece a la de los Fernandos que me anteceden pero no quiero decir como son, no me gusta. No sé, pero a mi hijo no le puse así, rompí con la tradición, ya estaba aburrido de tanto Fernando y quise cambiar, siempre no puede ser lo  mismo”. Con esto último estaría transmitiendo en el nombre de su hijo un legado de ruptura familiar expresando también de manera implícita la presencia de un vínculo afectivo negativo con el padre.

Algunas personas prefieren ser llamados por un apodo porque no se sienten conformes con su nombre o porque el apodo contiene significados con los que se identifican mejor, aunque a veces puede atraer tener apodos que sin embargo son perjudiciales al crecimiento personal. Algunos como: Nena, Chiquita, Beba, o diminutivos del nombre como: Pepito, Anita, entre otros, son apodos que expresan inmadurez y dependencia, que por lo general se le dice a personas a las cuales se les ha impedido desarrollar su autonomía y que por lo tanto funcionan de esta manera. Tal es así que algunos sujetos de esta población de estudio expresan que no desean ser nombrados por un apodo de tal índole ya que se sienten limitados en su desarrollo personal,  ejemplo de ello: “Me he acostumbrado a que me digan Yirita pero en realidad me gusta que me digan Yirenia porque cuando me dicen Yirita siento que me tratan como a una niña y ya no lo soy”, o este caso: “Sandito me dicen en la familia, es un diminutivo del nombre porque a mi papá le siguen diciendo Sandy y eso quizás lo hacen para diferenciarnos. Me gusta que me digan Sandy porque el otro suena a niño chiquito y ya no lo soy y en realidad mi nombre es Sandy. Es decir, la manera de nombrar, puede también expresar en cierta medida la forma en que se establecen determinadas relaciones interpersonales y familiares. Es por eso que debemos conocer no sólo la historia del nombre teniendo como referente la perspectiva de quién lo asignó, sino también como lo percibe y lo asume su portador, pues sin dudas el nombre propio o el apodo son elementos que forman parte indisoluble de la identidad personal.

Importancia psicosocial del nombre propio

Resulta fascinante y sumamente enriquecedor para el psicólogo estudiar la familia enfatizando en sus realidades subyacentes. El nombre propio y el apodo, son elementos que se pueden tener en cuenta tanto para el diagnóstico como para la intervención psicológica, valiendo la pena indagar lo que nos resulta accesible en torno a estos. Las preguntas básicas giran alrededor de los móviles explícitos y el significado del nombre para quien lo puso, sobre la procedencia del mismo y su trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación que tiene para quien lo lleva. Las respuestas pueden remitirnos a posibles móviles implícitos que a partir de ese momento podemos asociar con lo descubierto y acceder a realidades subyacentes de la familia que pueden resultar de gran utilidad en la práctica clínica.

Como se ha planteado anteriormente resulta muy reconfortante para cualquier individuo conocer que ya existía simbólicamente con un nombre antes de hacer su aparición física, le sugiere la idea de que era deseado y pensado aún sin existir objetivamente. Cuando el modelo ofrecido con el nombre constituye un modelo de identificación para el sujeto, repercute favorablemente en la conformación de su identidad personal, ya que se expresa a través del orgullo, la aceptación, la conformidad, la satisfacción, el reconocimiento, entre otros.

Sin embargo, cuando el nombre constituye un modelo contraidentificatorio puede incidir negativamente en la identidad personal de un sujeto porque genera malestares psicológicos como el complejo, la negación, la inconformidad, culpabilización al nominante y sentimientos de inferioridad que no son favorables para el bienestar emocional del portador, quien al no sentirse identificado con su nombre, puede llegar incluso a omitirlo o preferir ser llamado por algún apodo.

No debemos percibir el proceso de nominación personal desde posiciones que denoten excesiva naturalidad y familiaridad acrítica, considerándolo azaroso e intrascendental, cuando en realidad constituye un aspecto relevante en la conformación de la identidad personal, puesto que contiene significaciones que resultan simbólicas y que inciden en el comportamiento. Desde esta perspectiva podemos contribuir a la adecuada construcción de la identidad personal de un individuo, incluso antes del nacimiento, pues el nombre es uno de los primeros regalos que le ofrecemos a nuestros hijos.

Es por eso que como profesionales de la psicología, debemos realizar orientaciones de manera preventiva a la familia, con respecto a la importancia de asignar un nombre, en cuya historia se transmitan mensajes que contribuyan de manera positiva a la formación de la identidad personal del futuro miembro. 

Y como nunca los procesos subjetivos humanos deben estudiarse de manera parcializada, hacemos también un llamado a la inter y a la transdisciplinariedad, compartiendo estos resultados con otras ramas del saber cómo la Antropología, la Sociología, las Ciencias Jurídicas, la Onomatología entre otras, para que puedan utilizarlos de manera constructiva desde sus escenarios profesionales y a la vez puedan retroalimentarnos con informaciones que nos permitan continuar investigando en este sentido.


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