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lunes, 16 de marzo de 2015

LA ISLA DE LAS EMOCIONES (Cuento)

Había una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen.

Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio… Todos estaban allí.

A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila y hasta previsible. A veces la Rutina hacia que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar el Descontento.

Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento llamó a reunión. Cuando la Distracción se dió por enterada y la Pereza llegó al lugar del encuentro, todos estuvieron presentes. Entonces, el Conocimiento dijo:

– Tengo una mala noticia que daros: la isla se hunde.

Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:

– ¡No! ¿Cómo puede ser? ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre!

El Conocimiento repitió:

– La isla se hunde.

– ¡Pero no puede ser! ¡Quizá estás equivocado!

– El Conocimiento casi nunca se equivoca –dijo la Conciencia dándose cuenta de la verdad–. Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde.

– Pero, ¿qué vamos a hacer ahora? –se preguntaron los demás.

Entonces, el Conocimiento contestó:

– Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo os sugiero que busquéis la manera de dejar la isla… Construid un barco, un bote, una balsa o algo que os permita iros, porque el que permanezca en la isla, desaparecerá con ella.

– ¿No podrías ayudarnos? –preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.

– No –dijo el Conocimiento–, la Previsión y yo hemos construído un avión y en cuanto termine de deciros esto, volaremos hasta la isla más cercana.

Las emociones dijeron:

– ¡No! ¿Qué será de nosotros?

Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia y, llevando de polizón al Miedo, que ya se había escondido en el motor, dejaron la isla.

Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero… Todas… salvo el Amor.

Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:

– Dejar esta isla… después de todo lo que viví aquí… ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ah… compartimos tantas cosas…

Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor se subió a cada árbol, olió cada rosa, se fue hasta la playa y se revolcó en la arena como solía hacerlo en otros tiempos. Tocó cada piedra… y acarició cada rama…

Al llegar a la playa, exactamente desde donde el sol salía, su lugar favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor:

“Quizá la isla se hunda por un ratito… y después resurja… ¿por qué no?”.

Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible…

La isla se hundía cada vez más…

Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.

Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande, y que aún cuando se hundiera un poco, siempre él podría refugiarse en la zona más alta…

Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él.

Así que, una vez más, tocó las piedrecitas de la orilla… y se arrastró por la arena… y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa que antes fue enorme… Luego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hacia la parte norte de la isla, que si bien no era la que más le gustaba, era la más elevada…

Y la isla se hundía cada día un poco más.

Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño…

–Después de tantas cosas que pasamos juntos… –le reprochó a la isla.

Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.


Jorge Bucay


Isla de Vatuvara




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